Hola :)
Lo prometido, es deuda. Así que, a petición de Iratxe, voy a ampliar un poco lo que comenté en la entrada anterior relatando cómo fue mi primera historia clínica en solitario :)
Digo en solitario porque el primer día que rotamos por el hospital, y por Interna, lo hice con una compañera y amiga, e hicimos la historia conjuntamente. Así que escojo mi primera vez en solitario para intentar describir, lo mejor que pueda, esa sensación de vértigo que tenemos todos cuando entramos en la habitación de un paciente.
Todos los martes, como ya dije, vamos al hospital. De 8.00h-15.00h. Durante la primera hora, nos imparten un seminario, que bien puede ser médico (cómo explorar cierto aparato, cómo hacer una historia clínica...), o quirúrgico (principales complicaciones quirúrgicas, paciente politraumatizado, limpieza de heridas quirúrgicas...). A las 9.00h, cada mochuelo se va a su olivo, a cumplir con sus respectivas rotaciones. Luego nos encontraremos todos a las 13.00h en Interna para corregir historias clínicas.
Pues bien, todos aquellos que íbamos a Interna fuimos juntitos a buscar cada uno a su adjunto. Y, ¿qué creéis que fue lo que pasó? Pues que la mayoría no estaban. ¿Y dónde creéis que estaban? Pues muchos de ellos tomándose un café, claro. Totalmente normal y comprensible, pero si no vienen hasta las 9.30-10.00h, o están salientes de guardia, que lo avisen y así no nos ponemos histéricos perdidos preguntándonos dónde leches estará nuestro adjunto, ¿no?.
Después de encontrar a mi adjunto con su respectiva residente, estuvimos en el despacho poniéndonos al día sobre los diversos pacientes a ver en esa mañana. Una vez hecho esto, hicimos la ronda. A la hora de explorar/auscultar ya sabéis, primero adjunto, luego residente, luego posible alumno de 6º, luego alumno de 3º, aquí la moña. Es obvio que somos los pequeñines, y el último mono en el hospital. Después al salir de la habitación, viene la temida pregunta...Y bien, ¿Qué has escuchado en los pulmones? Y tú ¡oh Dios mío! ¡Y yo qué se que he escuchado! Venga, Marina, tienes que decir algo o se va a pensar que eres imbécil. Emmm, yo creo que eran pitos, ¿no? Y sueltas un término médico que no te han explicado, pero que, inocente de ti, crees que así se denomina lo que has escuchado. Pues no. El adjunto te dice Umm, yo no estoy de acuerdo con lo que acabas de decir. Es más bien al contrario. Es un roncus.
Y es entonces cuando te armas de valor, y, para que no te traten como otra estudiante de 3º insulsa de la que se tienen que ocupar esa mañana, sueltas: No me lo han explicado en clase. ¿Podrías explicarme la diferencia entre unos y otros? El adjunto accede, y te explica los principales ruidos patológicos que se pueden encontrar en la auscultación pulmonar. Y gracias a él, eso es algo que nunca se me va a olvidar.
Eso es lo malo que yo le veo a estas prácticas. Porque te exigen tener idea de lo que haces, cuando se supone que vas allí a que te lo expliquen y te enseñen. Un poco ambiguo. Y ya sí que sí, vamos a por la historia clínica de ese día:
El adjunto, tras terminar la ronda, me preguntó: ¿A quién quieres hacerle la historia?
Y me dejó escoger a una señora de 75 años que estaba allí por una gastroenteritis aguda. Escogí a esa paciente porque estaba tranquila, no tenía mucho dolor, y podía respirar con normalidad y no le iba a molestar que le hiciese un montón de preguntas y una exploración física a fondo.
Nos exigen una historia clínica completa, por aparatos, tenga o no tenga que ver con la enfermedad actual, y una exploración física completa. Por lo que, si cumples más o menos con el cometido, estás una hora entera con el paciente tú solito.
Obviamente, estás tú más nervioso que el propio paciente. Es algo que cuesta describir. Tú entras ahí, con tu bata, tu fonendo, tu libreta... y se supone que impones. Los pacientes te miran con respeto. Pero tú no te sientes como una persona así, imponente. Además, yo tengo una vocecilla muy dulce, que parezco una niña pequeña, y uno de mis grandes temores al empezar las prácticas es que no me tomasen en serio. Pues entras en la habitación y sueltas con esa vocecilla: Hola, soy la estudiante que ha estado antes aquí con el doctor X, venía a hacerle unas cuantas preguntas, si no le importa.
Y la mujer te sonríe tiernamente, y te deja pasar. Se salen sus acompañantes y empieza el espectáculo.
Comienzas a preguntar por el motivo de ingreso, la medicación que toma, sus hábitos, sus antecedentes personales, cómo murieron sus padres, cuantos hijos tiene.... En resumidas cuentas, de todas esas cosas personales, íntimas, que algunas de ellas son defectos, enfermedades, problemas de salud de las que a uno no le apetece a hablar, o como norma general, no se las cuenta a la persona que tiene delante y que acaba de conocer. Pero esta señora lo hace. Y resulta que ha pasado por un montón de cánceres. Tiene una mastectomía en el pecho derecho, también una histerectomía... un melanoma... Y la mujer sigue ahí, sonriendo. A cada pregunta que haces te cuenta una desgracia más, y no puedes dejar de sorprenderte.
Terminada la entrevista con preguntas tan personales como ¿Tiene algún problema para orinar?¿Con que frecuencia hace de vientre?, pasamos a la exploración física. Y lo que viene a continuación me sorprendió mucho, porque fue decir: Muy bien, señora. Ahora la voy a explorar. Y la mujer, con su sonrisa eterna, se quitó el pijama y me dejó hacer. Yo no esperaba esa confianza, esa desnudez en cuerpo y alma que me mostró en apenas unos minutos. No podía creer cómo en tan poco tiempo me había ganado ese privilegio de poder explorarla sin ningún impedimento, sin tener que ir pidiendo que se fuese desvistiendo.
Y claro, ahora desde la lejanía, pienso que esa señora ha pasado por mucho. Por demasiadas exploraciones físicas, por demasiadas preguntas incómodas, por demasiados médicos que le han pedido que se desvistiera. Y supongo que ya lo tiene como un hábito, y antes de que se lo pidan, lo hace, para facilitar las cosas.
Voy poco a poco. Ausculto corazón, pulmones, y abdomen. Palpo la mama y soy consciente del mapa de cicatrices que bañan su cuerpo. Y ella sigue con su sonrisa, señalándome cada una de ellas, orgullosa de sus trofeos ganados en cada una de las múltiples batallas que ha librado contra la enfermedad. Le palpo el abdomen con cuidado, de de la zona menos dolorosa a la más dolorosa. Palpo los diversos pulsos mientras charlamos sobre la vida, sobre la alegría que le da su nieta de 5 años. Hago una exploración neurológica sencilla, según me voy acordando de las cosas. La libreta, en la que pensaba ir apuntando todo, quedó apartada y en blanco, sin ninguna anotación más que los nombres de los muchos medicamentos que tomaba la que fue por una hora mi paciente.
Creía que ya lo tenía todo. Se iba acercando el momento de despedirnos. Y yo no me quería ir. Me sentía tan bien allí, explorando, preguntando, haciéndome una idea de lo compleja y caprichosa que es la vida...Estaba en mi elemento. Pero me tenía que ir a redactar en los ordenadores todo lo que acababa de recopilar en un lenguaje técnico que no conozco bien, del que chapurreo unas pocas palabras, y muchas veces, mal dichas. Me tomé la libertad de darle un par de consejos, como que se cuidase las uñas de los pies, porque era diabética, y no quería que a la pobre mujer, además, le cortasen un pie. Y ella me preguntó una serie de dudas que tenía, y yo le contesté como buenamente pude. Le dije que eso era todo por mi parte, le agradecí su colaboración y le deseé una pronta recuperación.
Ella, como último regalo, me dijo: Espero que hayas aprendido mucho conmigo. Algo bueno hay que sacar de todo esto que me ha pasado.
Después de redactar mi historia clínica en la aplicación del hospital, y de imprimirla, decidí salir a presentar mi historia en la reunión de la 13.00h, delante de todos mis compañeros, los adjuntos y del Jefe de Servicio de Interna y director médico del hospital, que es el que más caña nos mete en estas reuniones.
Lo hice por diversas razones. Porque creí que había hecho una buena historia clínica, y resultó ser la mejor y concienzuda exploración física que he hecho hasta el momento. Porque era un caso interesante con un montón de patologías, y, principalmente, porque se lo debía a ella. Así que salí, me enfrenté a los leones, me llovieron un montón de palos, me corrigieron un montón de cosas que estaban mal, defendí las cosas que había hecho bien, y aprendí de los errores. Que para eso estamos allí, ¿no? Para aprender. Porque uno no nace sabiendo como hacer una historia clínica y una exploración física perfecta al segundo día.
Pero, si algo sé con certeza es que, ese martes, se empezó a formar clínicamente la médico que seré el día de mañana.